domingo, 22 de abril de 2018

Geneviève Patte, la mujer del canasto


Geneviève Patte, la mujer del canasto.
Carola A.  Jamett Vargas

En octubre de 2015 viajó a Valparaíso invitada por la Editorial Universitaria de la Universidad de Valparaíso la célebre bibliotecaria parisina Geneviève Patte, también conocida como “la mujer del canasto”, una persona que, con su amor a los libros y pasión por llevar bellas historias a los niños, ideó una manera de acercar la lectura a las personas.
En 1964, siendo bibliotecaria en Clamart, en la periferia de París, donde habitan en su mayoría inmigrantes y personas desposeídas, Geneviève, al constatar que la gente no se acercaba a la biblioteca a su cargo, tomó la decisión de llenar un canasto con libros y sentarse en la plaza para ofrecerlos a quienes se acercaran. Las personas que por ahí circulaban se fueron habituando a su presencia y, gracias a su mediación, pudieron acceder, muchos de ellos por primera vez, a las historias que contenían esas páginas. Al poco tiempo la biblioteca itinerante contaba con una nutrida clientela. Fue naciendo así, de forma espontánea, el concepto de “passant” que podríamos traducir como “mediador”, un concepto clave en el pensamiento de Geneviève y que ha iluminado a bibliotecarios, profesores y a todos quienes aman los libros y ven la necesidad de acercar la literatura a las personas. Este concepto se encuentra incorporado hoy al lenguaje pedagógico y literario gracias a Geneviève Patte.
De los años sesenta hasta nuestros días mucha agua ha corrido bajo los puentes de Clamart, y hoy por hoy existe allí una de las más hermosas y acogedoras bibliotecas del mundo, una biblioteca redonda diseñada y construida a la medida de los niños.  Geneviève, sabia, de hablar pausado y mirada transparente, ha viajado por el mundo entregando su mensaje. Ella representa esa vocación que muchos compartimos por la lectura de “les belles histoires”, el gusto por la literatura en todas sus formas y el consecuente impulso por compartir esas historias con los demás. Se trata de llevar a los otros los más bellos libros, aquellos que seducen e invitan a niños, jóvenes y mayores a un encuentro íntimo, personal e interpersonal con el arte y la belleza.
Mujer cálida, acogedora, sencilla, precisa en sus ideas y por sobre todo, generosa, Geneviève ha entregado su vida a la misión que ella misma vio con claridad: la de acercar los libros a todas las personas, sin prejuicios, sólo para abrirles el mundo, para que tengan la posibilidad de ese encuentro personal con la literatura, ese encuentro que abre mundos, que saca a las personas de una vida muchas veces triste y obscura coloreándola con otras visiones, narraciones y vidas, un encuentro que siembra la imaginación de historias, de horizontes liberadores,  pues no es otra la misión del arte.
Patte es enfática al declarar que los libros no deben ser utilizados como herramienta de formación moral, ideológica ni pedagógica, pues su verdadera finalidad es liberar a las personas de su vida diaria, de su rutina y hacerlas soñar. “Nadie se resiste a una buena historia”, nos repite a menudo, con esa sencillez y sabiduría de quien extrae lo medular de su experiencia de más de 50 años de trabajo para transformarlo en un mensaje accesible a todos, simple de entender, aunque exigente de vivir. Cuando habla lo hace como una maestra acogedora y clarísima que no permite que sus palabras se malentiendan.
Geneviève es contraria a la costumbre cada vez más difundida de evaluar la lectura. Enfatiza que jamás hay que preguntar a un niño ¿comprendiste la historia?, porque el niño se siente evaluado y esa sola pregunta y el consiguiente malestar del niño podría llegar a ser la causa de que se aleje de los libros. La lectura no se puede evaluar pues la literatura es arte y el arte no es unívoco, sino susceptible de múltiples interpretaciones.  Se trata sólo del goce de la lectura, “la emoción de leer”.
En las tres ocasiones en que pude disfrutar, junto a otros oyentes, de su presencia y de sus palabras, Geneviève recalcó cómo es fundamental elegir para los niños las más bellas historias y los más bellos libros pues eso los hace sentir valorados, y ello es aún más importante tratándose de niños desposeídos. El “passant” o mediador de la lectura, el padre, la madre, el bibliotecario o la persona que desee acercar a otros a la lectura debe conocer muy bien las historias que quiere entregar a los lectores y debe amarlas, es un requisito. Al ser consultada, dio a entender que esas historias podían ser tanto las grandes historias universales como un bello libro de dibujos, y, en relación a esto último, narró la anécdota de un pequeño niño inmigrante que hojeaba embelesado un hermoso libro de ilustraciones que mostraban una playa en las distintas horas del día. El niño, al observar los dibujos de la playa en distintas tonalidades según la hora del día y la luz del sol, abría los ojos y con profunda emoción repetía “¡Oh, qué hermoso, oh, qué hermoso!” completamente seducido por la belleza del arte, sugestiva, abierta, viva, estimulante. Ese niño, cuenta ella, unos años después se transformó en editor de una revista. Y cuando se me ocurrió preguntarle cuál era la historia que, en su experiencia de 50 años, los niños del mundo más gustan de oír, me respondió que “la gallette roulante”, “La tortilla corredora”.
La lectura como vehículo para soñar y evadirse es necesaria sobre todo en las vidas de los niños más vulnerables, ya que los ayuda a salir de su realidad.  Geneviève nos narró que en uno de sus viajes a Brasil, cuando solicitó ayuda al director de la Alianza Francesa para llevar a las favelas bellos libros, el hombre, sorprendido, le preguntó que para qué lo hacía, si esos niños tan pobres no necesitaban libros sino cosas mucho más vitales como comida y remedios. Su respuesta fue que precisamente ellos, los más desposeídos, son los que más necesitan de las bellas historias. Lo mismo pudo constatar con los niños internos en los hospitales, para quienes el libro se convertía en un verdadero objeto transicional que llevaban entre sus brazos a las más dolorosas terapias y que poseía la virtud de calmarlos.
En las tertulias que tuve la suerte de compartir con Geneviève también la oí contar la anécdota de un amigo suyo profesor que enseñaba en Francia en una escuela de niños problema. En esa clase nadie ponía atención, nadie quería estar allí, y los alumnos que se encontraban afuera tiraban piedras a las ventanas de la sala. Un día, desesperado, al profesor se le ocurrió empezar a narrarles historias. Lo que ocurrió entonces fue mágico: de un minuto a otro los adolescentes rebeldes empezaron a poner atención, los de fuera dejaron de tirar piedras y el ambiente de la sala cambió. A esas primeras historias se sucedieron las grandes obras de la literatura universal como la Biblia y la Ilíada, y los niños se acostumbraron a oír con receptividad las historias de Ulises y Sansón.
Nos contó cómo los “passants” de la biblioteca de Clamart, incansables en su tarea, idearon “L´heure joyeuse”, “La hora feliz” que no es otra cosa que desayunos familiares con libros. En la biblioteca preparan un rico desayuno con chocolate caliente y sabrosos pancitos e invitan a los niños con sus papás y familiares. Los padres pueden así darse cuenta de que sus hijos se interesan por los libros y empiezan a entender ellos mismos que éstos abren el mundo a sus hijos y podrían abrirlo para ellos también. El libro funciona entonces como un lazo que une a los hijos con sus padres. En torno a los niños se va reuniendo la familia, los hermanos mayores, los padres y los abuelos, para quienes muchas veces la experiencia de la lectura no ha estado presente en sus vidas hasta que la descubren a través de sus niños. Nos narró también cómo unos ancianos franceses muy pobres se emocionaron profundamente cuando ella les prestó un libro de cuentos de hadas clásico francés “Les contes de la Comptesse de Ségur”, en una edición de lujo, bellamente encuadernado en seda roja y con cantos dorados. Era la emoción de quien, por primera vez en su vida tiene la oportunidad de lucir, admirar, hojear y acariciar una joya invaluable.

En su tarea de bibliotecaria ambulante, para Geneviève siempre fue imprescindible cumplir con los niños. Estar allí con los libros, siempre el mismo día y a la misma hora, pues los pequeños se hacen ilusiones y es una responsabilidad no destruirlas, esa regularidad y seriedad los hace sentir valorados.
Geneviève no habla tanto de libros como de historias. Para ella los libros son un medio de entregar historias, y éstas, al ser narradas y mediadas por el “passeur” suenan, son bellas, atraen la atención de los niños y los grandes, los hacen soñar y evadirse de la rutina. Para eso existen las historias. De eso se trata ser bibliotecario.
Al dirigirse a los bibliotecarios pone énfasis en que deben leer mucho y amar lo que leen para transmitir esa pasión a los demás. Por ningún motivo deben permanecer detrás de un escritorio ni menos de un computador. Y cuenta la anécdota de un niño a quien le encantaban las bibliotecarias porque siempre estaban de pie, lo que el pequeño interpretaba como que siempre estaban disponibles para él, que es lo que los niños necesitan.
Geneviève habla despacio, sutil y enérgicamente, pero con respeto y delicadeza.  Y “respeto” es una palabra que siempre usa para referirse a los niños.
Al preguntarle acerca del papel de la lectura en el momento actual, en que estamos  invadidos por la tecnología y en que los computadores parecen  haberle ganado terreno a los libros, ella, con su sabiduría imperturbable, expresa que se trata de una “cuestión de equilibrio”:  Precisamente porque estamos en un mundo de “opulencia”  -palabra que emplea textualmente- un mundo saturado  de imágenes, se hace más necesario que nunca entregar bellas historias, y que nadie se engañe, no se  trata  de llevar libros en un canasto y dejarlos  a disposición de la gente, las historias necesitan de una persona que las cuente para que sean tales, la oralidad forma parte de ellas. Como se puede apreciar, no estamos hablando de “hábito lector”, sino de algo distinto, de “entregar historias” lo que me hace recordar los cuentos en torno al brasero en el campo, los versos, los cantos, las rimas, los cuentos infantiles, las novelas, la Biblia, Homero. En fin, cuán evidente es que “nadie se resiste a una buena historia”.

Y quién sabe si las bellas historias, narradas y oídas por el solo placer de disfrutarlas, nos permitan comprender que la vida no es más que una serie de relatos que cada uno cuenta y se cuenta a sí mismo. Quién sabe si con esa convicción las personas podamos algún día ser capaces de llevar una convivencia respetuosa y enriquecedora.

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